Dalí, entre Dios y el Diablo.

Enresto Milá

Las brujas ampurdanesas tenían múltiples especializaciones: las había que leían el futuro observando las aberturas que la erosión combinada del viento y del mar había operado en las piedras; otras sabían interpretar los sueños; algunas lanzaban males de ojo por encargo y otras protegían de cualquier conjuro. En este ambiente de magia rural y supersticiones ancestrales bien arraigadas, se crió Salvador Dalí. Puede entenderse perfectamente que todo esto influyera ampliamente en la construcción de su personalidad.

Lidia, bruja y maestra de locura.

Resultaba difícil que una mujer, pescadora y aislada en un pequeño pueblo como Cadaqués, tuviera el privilegio de conocer a grandes figuras del mundo de la cultura; y sin embargo, Lidia Nogués Costa fue obsequiada con ese afortunado destino y pudo codearse, de igual a igual, con Salvador Dalí, Josep Pla, Federico García Lorca, Luis Buñuel, Eugenio d’Ors, Xavier Montsalvatje y otros más.Lorca quedó literalmente deslumbrado por Lidia y siempre que tenía ocasión preguntaba a Dalí novedades de la pescadora.
En una curiosa foto remitida por Dalí a Lorca, se ve al pintor entre Lidia y dos amigas de ésta, igualmente brujas, llamadas por azar “la Filo” y “la Sofía”. “Estoy contentísima de ustedes –Lidia, en su particular jerga, escribió a Dalí a propósito de esta foto- que no os avergonzáis de estar en medio de las brujas que muchos se dan vergüenza de tener relaciones con ellas por que tienen falta de cultura”; el pintor, a su vez, comentó a Lorca: “Que bien está la carta de Lidia cuando dice comentando la fotografía, que yo estaba en medio de la cultura o sea, a la derecha de la filosofía; a la izquierda de la mujer”.
En la mencionada carta, Lidia pedía a Dalí que le dijera a su amigo, el poeta Carles Fagés de Climent: “Dile que tiene que hacer un libro, que las brujas tienen que gastar sus perras”. El libro -“Les Bruixes de Llers”- efectivamente apareció en una pequeña edición ilustrada por Dalí que hoy constituye una rareza bibliográfica.
Lorca sentía atracción por la locura de Lidia que situaba como antítesis de la locura de Don Quijote: “La locura del Quijote es una locura seca, visionaria, del altiplano, una locura abstracta, sin imágenes.
La locura de Lidia es una locura húmeda, suave, llena de gaviotas y langostas, una locura plástica. Don Quijote camina por los aires y Lidia por las orillas del Mediterráneo”.

Xavier Montsalvatje fue otro de los artistas que se sintieron deslumbrados por la locura genial de Lidia hasta el punto de dedicarle una de sus composiciones: “La serenata de Lidia de Cadaqués”.
Josep Pla, por su parte, la conoció también en el curso de un paseo por el camino que va de Cadaqués a Port Lligat, acompañado por el doctor Víctor Rahola y unos amigos; se cruzaron a una mujer “con un cesto de pescado que saludó a Don Víctor con extraños y aparatosos cumplidos.
Es evidente que parece una mujer del pueblo, pero por su vestido se ve que alberga la pretensión estrafalaria de parecer una señora: lleva un peinado aparatoso, una blusa hueca llena de lacitos, faldas a la moda de cinco años atrás, y unos pobres zapatos de torcidos tacones, de una irreparable tristeza. Adornada así parece una mezcla de alcahueta y bruja venida a menos”, así describía el maestro de la narrativa catalana en sus “Crónicas del Ampurdán” a la pobre mujer.

lidia
Lidia Nogués Costa y Salvador Dalí

“- Es Lidia, hija de Sabana, la última gran bruja que hubo en Cadaqués…” informó a Pla su acompañante, en una de sus excursiones ampurdanesas.

Pues bien, esta bruja, junto con Gala -esposa de Dalí durante casi 60 años- y Ana María Dalí -hermana del pintor- forman el tríptico de mujeres que tuvieron una influencia decisiva en la vida del pintor ampurdanés.
Dalí contrajo tres deudas con la bruja de Cadaqués: Lidia le inspiró el método creativo propio del pintor -el método “paranoico-crítico”- con el que enriqueció el bagaje teórico del surrealismo; en segundo lugar, Lidia le prestó el dinero suficiente para que pudiera ir a París por primera vez y relacionarse con el núcleo de artistas de vanguardia, y, finalmente, Lidia le vendió una pequeña cabaña de pescadores de apenas 4 metros cuadrados que luego debería transformarse en la amplia casa de Port Lligat.

Ana María y Salvador Dalí
Salvador y su hermana Ana María Dalí.

Ana María Dalí inspiró a su hermano las primeras telas aun antes de que ingresara en la Escuela de Bellas Artes; fue su admiradora incondicional, le reafirmó en sus convicciones pre-surrealistas, le animó, fue su compañera de juegos y estuvo perennemente asociada a sus recuerdos infantiles; Ana María Dalí atendió a los amigos de su hermano que acudían a Cadaqués invitados por él, hacía las veces de anfitriona sustituyendo a una madre prematuramente muerta.
Dalí nos muestra a su hermana en todas las formas posibles: asomada a una ventana abierta sobre la bahía de Cadaqués, desnuda sobre las rocas, de espaldas, siempre reconocible por sus tres tirabuzones… La influencia de la hermana y su imagen como fuente de inspiración se prolongó hasta el momento en que el pintor evolucionó hacia el surrealismo; solo a partir de entonces desaparece, y ahí arranca un principio de deterioro en las relaciones entre el pintor y su familia que jamás recuperarán una total normalidad; en su testimonio -“Dalí visto por su hermana”- Ana María, no ahorrará invectivas contra los surrealistas parisinos en quienes advertía el germen de disolución que ganó al pintor. “Al regresar de París -escribe- mi hermano tenía una expresión de exaltado rencor.
Flia. DaliMi padre permitió que se fuera a Cadaqués con Luis Buñuel, creyendo que una temporada de reposo y separación lograría que, encontrándose a sí mismo, volviese a amar lo que hasta entonces amara”. Vana esperanza a la vista de los hechos que sucedieron. 

En la exposición de las Galerías Dalmau, a principios de 1927, figuraban 3 cuadros con la efigie de Ana María Dalí y otros dos que posiblemente la contuvieran, pero dos años después iría radicalizando sus posiciones artísticas y profundizando cada vez más en el surrealismo; en este nuevo contexto la hermana ya no tiene cabida.
Ella percibe un cambio fundamental de carácter en Salvador: la “espontaneidad, humorismo y necesidad de proyectar en todos sentidos su fecundo pensamiento, se transformó, al contacto con las gentes del grupo surrealista de París, en insinceridad, agresividad y despotismo” (…) “El río de su vida, tan bien encauzado, se desvió, bajo la presión de aquellos seres complicados, que del clásico paisaje de Cadaqués nada podían comprender”.
Esta modificación del carácter afectó a su pintura, “… perdió la paz de su espíritu y aquel bienestar que hasta entonces habían reflejado sus obras” (…) “Era como si Salvador hubiera muerto, o como si nos hubiese matado a nosotros con el estupor que nos causó lo ocurrido”.

Port Lligat al atardecer . Salvador Dalí . 1959

Difícilmente, Ana María Dalí podía sintonizar con los surrealistas y entender la evolución emprendida por su hermano; su temperamento intimista y romántico la situaba en línea con la poesía de García Lorca de quien posiblemente estuvo enamorada.
El mundo de Ana María Dalí era el de la belleza intensa pero convencional, con concesiones a la modernidad, siempre mesuradas y filtradas por el tamiz del buen gusto. Ana María Dalí huía de la locura que reconocía en las otras dos mujeres que estuvieron siempre presentes en la vida de su hermano y en el entorno surrealista.
A pesar de conocerla bien, jamás sintió una particular simpatía por Lidia Nogués y experimentó un vivo rechazo por Gala, mujer de la que tendremos ocasión de hablar ampliamente.

En cuanto a Lidia, su locura iría progresivamente en aumento.
El doctor Víctor Rahola -el mismo que acompañara a Josep Pla en sus paseos por Cadaqués- unas décadas antes, mantenía correspondencia con un médico barcelonés, el doctor Ors, cuyo hijo se estaba recuperando de una grave enfermedad; el doctor Ors, juzgando que los aires marinos del Empordà beneficiarían al joven, escribió a Rahola para que le consiguiera alojamiento digno en el pueblo que, por entonces, apenas era una pequeña villa de pescadores. “Había entonces en Cadaqués una pescadora muy simpática -cuenta Rahola- gallarda y de buen ver que se llamaba
Lidia y era hija de la vieja Sabana, la última gran bruja del pueblo. Estaba casada con un excelente pescador del Cabo de Creus y el matrimonio tenía dos hijos pequeños”. La pensión costaba 16 reales diarios, alimentación incluida.

Poco tiempo después llegó el joven que luego alcanzaría fama mundial con el seudónimo de “Xenius”, Eugenio d’Ors, acompañado de otro joven amigo que se recuperaba de parecidas dolencias, Jacinto Grau que también alcanzaría fama literaria.

El doctor Rahola volvió unos días después a la casa de Lidia para comprobar que los muchachos se encontraban cómodos. “Les hallé fascinados, literalmente deslumbrados, contentísimos de la casa en qué vivían”, no era para menos: Lidia les preparaba diariamente langostas y bogavantes, todo tipo de moluscos, meros, lubinas y todo aquello que diera el mar; pero también -por entonces la caza abundaba en las inmediaciones- perdices y conejos. El doctor Rahola sostuvo siempre que Lidia sintió hacia “Xenius” una atracción amorosa; Pla, por su parte, razona “Una de las causas indiscutibles de la buena cocina es la pasión amorosa”.

En los años 50 “Xenius” escribió un pequeño librito de recuerdos de aquel período titulado “La verdadera historia de Lidia de Cadaqués”, ilustrado con cuatro planchas de Salvador Dalí, cuando la fama del pintor empezaba a ser rutilante.

Pero no aborda las cuestiones decisivas y redacta el texto haciendo una curiosa dicotomía entre Eugenio d’Ors y “Xenius”.
La cuestión no aclarada suficientemente en esta obra es si la figura de Lidia le inspiró o no el personaje central de la obra capital de su narrativa, “La Ben Plantada”. “Teresa” -la protagonista- es tomada por “Xenius” como encarnación de los valores novecentistas. El doctor Rahola pensaba que el personaje de “Teresa”, surgió de la mixtura de dos mujeres ampurdanesas, una dama de alta alcurnia de Figueras y Lidia, la pobre pescadora, e incluso se aventuraba a decir que “únicamente no son de nuestro país [el Empordà] los detalles accesorios”.

El propio Dalí en su “Vida Secreta” da su particular versión explicando que Lidia, que tenía un sentido innato para la poesía, se había quedado extasiada ante las conversaciones literarias y poéticas de Eugenio d’Ors y Jacinto Grau; en una de estas conversaciones d’Ors le dijo que la “ben plantada” era ella, anécdota que luego confirmó el doctor Rahola a Josep Pla.

El caso es que, a partir de la aparición de “La Ben Plantada” la mujer se trastornó, empezó a decir a sus conciudadanos que ella era la protagonista de la obra y que el texto de “Xenius” sacaba a colación su vida; y, poco a poco, se adentró por el sendero de la locura. Abandonó su floreciente negocio de pescado; su marido, el buen pescador del Cabo de Creus, se retiró melancólico a la casa familiar y no volvió a salir, muriendo obscuramente años después; los dos hijos de Lidia enloquecieron a un tiempo y se dejaron morir de hambre, falleciendo con pocos días de diferencia; la mujer se convirtió en el despojo que Josep Pla pudo ver en su periplo ampurdanés.

Durante unos años, Lidia persiguió a “Xenius”, llegando a ir hasta su casa de Barcelona y aparecer en recepciones y actos culturales, siempre afirmando su carácter de “auténtica y genuina ben plantada”. En los círculos culturales se llegó a decir que la mujer había sido ama de leche de “Xenius”; en cierta ocasión, una admiradora preguntó a éste sobre la verosimilitud de esa afirmación y él respondió: “Señora, esta mujer es una expiación”.

Lidia, desde antes de conocer a “Xenius”, ya era una mujer fuera de lo común.
El escritor nos cuenta como un día solicitó acompañar a sus hijos en su trabajo de pescadores; al encontrarse en alta mar sintió morir por el mareo y los vómitos, pero los hijos no consintieron en regresar hasta haber finalizada la tarea.
De regreso, Lidia los esperaba en la playa; se encaró con su hijo mayor y pronunció una frase que nadie entendió: “La miel es más dulce que la sangre” y que luego pasaría a ser el título de uno de los más famosos cuadros de Dalí. Para “Xenius” aquellas palabras “marcaban los hitos de una demoníaca inspiración”.

La miel es más dulce que la sangre – Salvador Dalí

Lo que llamó la atención de Dalí fue la capacidad de Lidia para realizar las más increíbles asociaciones de ideas y terminar siempre demostrando su relación con “Xenius”; se trataba de una paranoica aquejada de obsesiones recurrentes.

El pintor cuenta que, en cierta ocasión, encontró a Lidia y ésta le comunicó que el “señor d’Ors” había estado en Figueras; Dalí lo negó, de haber sido así se hubiera enterado por la prensa. Lidia le contestó: “Ha ido de incógnito para que nadie se enterase que estaba cerca de ella”, ¿la prueba?: en el menú del restaurante el primer plato era “Hors d’oeuvre”…
En otra ocasión, “Xenius” fue nombrado cónsul de Bolivia; al conocer la noticia, Lidia dijo que no le había sorprendido, pues el escritor se le había aparecido días atrás en forma de consola… En otra ocasión, d’Ors escribe un artículo sobre Nicolás Poussin y el Greco, que Lidia identificada con dos personajes populares de Cadaqués, “el Puça” (el pulga) y “el Grec”.
Dalí escribió: “Lidia poseía el cerebro paranoico más magnífico, aparte del mío, que nunca haya conocido. Era capaz de establecer relaciones completamente coherentes, entre cualquier asunto y con una elección del detalle y un juego de ingenio tan sutil y calculadoramente hábil, que a menudo era difícil no darle la razón”.

Pero había buenas razones para que la mujer sufriera desequilibrios psicológicos desde su juventud. Su madre, la famosa bruja, murió en el curso de un incendio que su marido, “el Lidio”, fue acusado de provocar.
Nada se logró demostrar y al cabo de unos días de calabozo fue puesto en libertad, pero el hombre jamás recuperaría el juicio, “se quedó idiotizado -cuenta Pla- y después de tres días se ahorcó en el sótano de la casa”. Lidia había recibido instrucción de su madre para acceder a los secretos de la brujería rural y no tardó en correr el rumor en el pequeño pueblo marinero que ella, mediante un conjuro, había sido la responsable del incendio de la casa y del suicidio de su padre.

Quince años después de su primera estancia en Cadaqués, “Xenius” volvió a Figueres y realizó con otros escritores locales una ascensión a Sant Pere de Roda, en el curso de la cual encontró a la mujer, ya irreconocible -“La dejó, una comadre; estaba ahora aproximadamente en presencia de una bruja”, escribió “Xenius”- que acompañó al grupo durante toda la ascensión.

Al llegar, Lidia pronunció otra de sus incomprensibles y poéticas frases: “Ya hemos llegado al Monte Carmelo”.
El viento en la cumbre era tan fuerte que les impedía hablar y desviaba el chorro de las botas de vino. Sin que nadie lo advirtiera, Lidia desapareció; “Xenius” nunca más la volvería a ver; años después supo que murió pobremente y escribió este epitafio: “Ahora Lidia va a encontrar, en la alta región empírea, a Zoroastro, a Daniel el Profeta, a Manes, a los Estoicos y los Etruscos, a los juristas del Derecho Romano, a los Cátaros, a los Albigenses, a los más conmovedores revolucionarios modernos”.

Paranoia . Salvador Dalí . 1944

Dalí conoció a la bruja de Cadaqués en su niñez y siempre se sintió atraído y vinculado a ella; si debía afrontar una situación difícil acudía siempre a Lidia sabedor de que ésta jamás le negaría ayuda.

Al poco de estar relacionado con el grupo surrealista de París, se produjo el deterioro de la relación con su familia. Con el dinero que le prestó la pescadora, logró llegar hasta la frontera; realizo otro sablazo al “vista” de la aduana, amigo suyo, y a duras penas pudo llegar a París en un tren de mercancías. El resto ya es conocido: iba en busca de Gala a quien había conocido poco antes. No la encuentra en los primeros días; ella está en la Costa Azul; en otro lugar abordamos el resto de la historia.

Con Lidia, Dalí tuvo ocasión de conocer, directamente, a una personalidad paranoica; la amistad y la observación del ambiente que rodeaban a la “hija de la Sabana”, era mucho más de lo que podría haber aprendido en libros o reflexionando sobre sí mismo o sobre los misterios de la mente.
Lidia no era una teoría sobre el surrealismo, era el surrealismo mismo. Dalí se benefició de esta relación y extrajo de ella la inmensa capacidad asociativa del arsenal mental de la paranoica.

El paranoico tiene una intención teleológica: cualquier elemento que aparezca en su vida es susceptible de ser interpretado en la dirección requerida para justificar su obsesión.
El mecanismo a partir del cual se opera este juego de asociaciones nos es desconocido pero, si aceptamos las premisas de partida, el razonamiento construido con posterioridad tiene una coherencia interior incontestable, lo que hizo decir a “Xenius”: “Lo peor de los aquejados por manía persecutoria es que tienen razón”… Cesáreo Rodríguez Aguilera, escribió que “Lidia era una super-mujer que habría entusiasmado a Nietzsche; su locura era perfectamente lógica y sus frases (“la miel es mal dulce que la sangre, “el queso de leche de cerezas”) incluían un sentido misterioso”.

Ana María Dalí le presentó a García Lorca, quien quedó literalmente subyugado por las locuras geniales de la “hija de la Sabana”. Lorca insistió mucho en que Dalí incluyera su nombre en el cuadro que lleva por título: “La miel es más dulce que la sangre”; finalmente Dalí consintió y escribió en un ángulo “García Larca”, era evidente que había hecho una simbiosis entre el nombre del poeta y las sílabas del nombre de Gala.

Caravana . Salvador Dalí

Los antecedentes familiares de Lidia y el drama vivido por su padre suicida, su madre quemada, su marido muerto, sus hijos enloquecidos y muertos, hacen comprensible cualquier manía persecutoria y todas las obsesiones paranoicas.
Pero no hay que olvidar también el carácter de su madre, como última heredera de una larga tradición de brujas ampurdanesas.

La bruja, como se sabe, vive una relación paranoica con la naturaleza diferente a la que mantiene el resto; percibe la naturaleza como algo vivo y origen de todo poder.
Donde el común de los mortales ve una fuente, la bruja percibe el lugar de residencia de genios y poderes numénicos. En cada árbol del bosque y en el bosque mismo, siente la presencia de seres sutiles, en las aguas y en los ríos, en las grutas y en los altos montes, en los cementerios y las tumbas antiguas, todo está vivo y animado y todo puede ser utilizado en beneficio propio, hasta la tierra misma, siempre y cuando conozca sus leyes y entienda sus mensajes.
El mundo de la realidad que percibimos es engañoso; para la bruja, el hombre común, no alcanza a percibir una realidad más sutil contenida en el mundo contingente, un mundo que se puede manipular mediante artes mágicas.

La bruja vive en un mundo que no es el mundo de sus vecinos con los que comparte proximidad y relación. Siente mucho más de lo que ve. Ya en esto podemos intuir existe un principio de esquizofrenia que puede ser útil para la bruja, pero que corre el riesgo de acarrearle la presunción de locura por parte de sus próximos. Tal fue el caso de Lidia.

La última bruja de Cadaqués, murió siendo una irrisión, una caricatura de su oficio.
Al estallar la guerra civil se paseaba por Cadaqués vestida con hábitos de cura que Dios sabe donde habría conseguido; vivía entonces en una cabaña de piedra, en cala La Conca, cuyo único mobiliario consistía en un jergón de paja y, por todo adorno, tenía las obras de Eugenio d’Ors ennegrecidas por el humo del fuego que encendía para calentarse.
Allí la fue a visitar Luis Romero -novelista, historiador y amigo de Dalí- y otros muchos intelectuales y artistas. Recluida ya en el “Asilo Gomis” de Agullana (próximo a Figueras), escribió una de sus últimas cartas a Ana María Dalí: “Esto no es un asilo, es un palacio”, le decía.

El 14 de septiembre de 1953, d’Ors y Dalí se encontraron en Cadaqués. No pudieron evitar referirse a Lidia una y otra vez. D’Ors vio “El Cristo Hipercúbico” aun sin terminar y quedó impresionado. Dalí y d’Ors vinieron a rescatar a Lidia de las burlas de sus conciudadanos; los desvaríos de la alucinada pescadora fueron racionalizados y articulados en la gran aportación de Dalí al surrealismo, el “método paranoico-crítico”.
Ella lo ignoraba, pero había influido en la teoría pictórica surrealista más que ninguna otra mujer.

El pintor de Port-Lligat tenía razón al escribir que “Lidia, Lorca y Gala son mis dioses tutelares”.
En otra ocasión insistió: “Los dioses tutelares de mi casa han sido Lidia que me la dio, Lorca que la celebró en su poesía y Gala quien rescató la unidad del lugar”.

Con Dalí, la locura de la última bruja de Cadaqués se proyecta sobre el mundo.

Fuente:
Dalí, entre Dios y el Diablo
Magia, Satanismo, Aalquimia Y Hermetismo en el pintor de Cadaques
de Ernesto Milá


El caso “Lídia de Cadaqués”

Revista de historia de la psicología, ISSN 0211-0040, Vol. 25, Nº 4, 2004, págs. 283-296

Autores: Josep Virgili Ibarz Serrat, Manuel Villegas Besora

Resumen: Lidia Noguer Sabá, conocida como Lídia de Cadaqués, era hija de Baldiri Noguer y Dolors Sabá, una humilde familia de pescadores. Lídia vendía pescado e hizo de hospedera durante algún tiempo. Por su casa pasaron personajes tan ilustres comoPicasso y Puig i Cadafalch. En 1904 hospedó a Eugeni d’Ors, en una breve estancia que el joven intelectual pasó en Cadaqués. De aquel momento nació la fascinación que pronto se convertiría en la gran obsesión de Lídia. Lídia pasó parte de su vida obsesionada por la figura de Eugeni d’Ors. La fascinación por este joven dandi y por el mundo que representaba, tan alejado del suyo, se convirtió para Lídia en una obsesión, que la convirtión, según el documento de Ramón Sarró, en una “erotómana paranoica”. la manifestación de esta patología sería una lectura apasionada de las “Glosas” de Eugeni d’Ors, publicadas en La Veu de Catalunya.

Lidia interpretagba estos textos por medio de asociaciones de ideas y analogías etimológicas, qur le llevaron al convencimiento de que era una especie de correspondencia personal dirigida a ella. La culminación de esta lectura fue su identificación absoluta con Teresa, el personaje fictivio de La ben plantada, creado por D’Ors. Lídia realizaba esta lectura interpretativa del “Glosario” de manera pública, con los recortes de periódico qur llevaba en la cesta del pescado, en las casa de las familias acomodadas donde iba a venderlo. En una de estas casas, la del notario Dlí de Figueres, sus lecturas despertarían la imaginación de Salvador Dalí, cuando todavía era un niño. Al cabo de unos años, Lídia se convertiría en la musa del método paranoico crítico. A través de su participación en tertulias y encuentros, su delirio se convertiría en fuente de inspiración del pintor y de su círculo de amigos.

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